LO POLÍTICO
- Guillermo García Parra
- 20 sept 2014
- 4 Min. de lectura
A veces me parece que en Colombia las cosas consabidas, que parecen ser muy bien conocidas, se descubrieran por vez primera y adquirieran sentidos y significaciones particulares que resultan ser los más básicos y viscerales. Oh, paradoja. Como en Cien Años de Soledad, pareciera que aquí las cosas ya muy conocidas de repente parecieran tan recientes que no tuvieran nombre y las señaláramos con el dedo y, sin hablar de ellas, les diéramos ciertos sentidos. La historia del país indica que en algún momento nos encontramos una cosa nueva que conocíamos muy bien y llamábamos “lo político”, a la que olvidamos. Entonces, la señalamos con el dedo, le dimos nombre, pero sin saberlo la definimos de la forma más primaria y bestial, como un teatro de competencia entre buenos y malos. ¿No resulta que a veces le damos significado a las cosas sin hablar de ellas, de forma inconsciente, irracional, con el instinto y la emoción? Así nos pasa con lo político.
La semana pasada el congreso de la República fue escenario de un debate de control político. Impulsado por el senador del Polo Democrático Ivan Cepeda, realizado en la comisión segunda del Senado, el debate buscaba cuestionar la parapolítica y la alianza macabra que implica entre la mafia y la política. De antemano se sabía que el debate no iba a ser tal, sino un pugilato entre enemigos del expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez y la oposición de izquierdas y congresistas oficialistas de la Unidad Nacional.
Se han dicho bastantes cosas respecto al debate. Coincido con quienes consideran que el debate se debió haber realizado. Porque no se realizó. Uno pensaría que un debate de control político respecto al paramilitarismo se centraría en los indicios, evidencias, mecanismos de alianzas entre el estado y la mafia, y la manera como, hoy día, el gobierno busca acabar con este legado tan horroroso en la historia nacional. Pero no fue así. Lo que vimos fue, por una parte, una serie de acusaciones recalentadas que el senador Cepeda hizo en contra de Uribe Vélez, que, por otra parte, se defendió haciendo contraacusaciones en contra del citante al debate, Jimmy Chamorro, Vargas Lleras, el presidente Santos y el ministro del Interior.
En muchas democracias occidentales hay un consenso básico acerca de componentes tan básicos de la vida política como las metas de lo político, la legitimidad de los gobiernos y las instituciones, el papel del Estado o la importancia de la oposición. En España el PSOE y el PP se dicen incendios pero el partido que está en la oposición no tiene reparo en apoyar al partido en el poder cuando está en juego la estabilidad de la democracia y la legitimidad del estado, lo que corroboran las actuaciones de gobierno y oposición en casos como ETA o la independencia de Cataluña. Se puede decir lo mismo de las actuaciones de demócratas y republicanos en Estados Unidos frente a temas como el terrorismo islámico, los gobiernos de Rusia o China.
En España y en Estados Unidos se ha incorporado a la vida política la idea de que lo político es la búsqueda de un ambiente. Aquí entendemos lo político de la manera más triste y burda. Nos vanagloriamos de ser la “democracia más antigua de América Latina”, pero creemos que es un teatro en el que buenos y malos combaten entre sí y se destruyen mutuamente. Esto explica nuestro amor por los caudillos. Por fortuna no hemos tenido una dictadura como las del cono sur, pero tenemos partidos desprestigiados y un conjunto de seres prodigiosos, de padres de la patria, a quienes buscamos que nos rediman. Sin duda, estoy pensando en Uribe, pero no solo en él. Mockus, Galán, Petro, Gaitán, Gómez, Lopez, Garzón… Podemos hacer una lista bien bien larga de personajes que vemos como hombres providenciales que nos van a salvar. ¿De quienes? Naturalmente, de quienes no piensan como nosotros.
Las dos partes del debate se deslegitiman entre sí. Mientras que la una ve la elección de Uribe Vélez como producto de unas elecciones atípicas cuyo resultado fue fabricado a plomo y amenaza por paramilitares y políticos, la otra ve en la de Santos la mano invisible de las Farc y “sus amigos”, como miserablemente denominan a las fuerzas de izquierda democrática los señores del Centro Democrático. Con esto no busco negar la parapolítica y la farcpolítica, la idea de que las elecciones atípicas pueden indicar corrupción y toma del poder por la mafia. Lo que quiero es decir que no son el factor principal. Como dijo el senador Horacio Serpa, las elecciones se ganan en las grandes ciudades, en Bogotá, Medellín, Calí, Barranquilla, no en las tierras sin otra ley que la de los paracos y los guerrilleros. Los votos ilegítimos no hicieron ganar ni a Santos ni a Uribe. Colombia necesita modernizar la cultura política. Pero ello solo sucederá si cuestionamos la manera tan troglodita como entendemos lo político. Redescubrir el significado que sabemos que en verdad tiene este término. Desafortunadamente, en los espectros del campo político no se encuentran muchos dispuestos a hacerlo.
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