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COLOMBIA EN CRISIS

“¿Y ahora qué?”. Triste y doloroso es no poder responder satisfactoriamente esa pregunta. Sin embargo, mientras lo averiguamos, es preciso que tengamos presente que, sea como sea que alcancemos la paz, debemos hacerlo legalmente, éticamente, honestamente, sin trampas y sin leguleyadas. Solo así esa paz podrá llegar a ser la paz duradera y estable que queremos todos los colombianos.

Foto: Guillermo García Parra

El triunfo del “No” en el Plebiscito por la Paz del domingo 2 de octubre ha producido en Colombia una inesperada crisis política. Los colombianos rechazaron mayoritariamente en las urnas el que sean implementados los acuerdos de paz que el Gobierno Nacional y las FARC-EP negociaron en La Habana. Aunque solo el 37,43% de las personas habilitadas para votar votó, el 51,21% de estas (6.431.376 votantes) lo hizo en contra de los acuerdos, mientras que el 49,78% (6.377.482 votantes) lo hizo a favor. Esta es una victoria estrecha y nadie, ni siquiera los líderes y movimientos que promovieron el “No”, se la esperaba. Por eso, no se sabe claramente qué implica en lo político y lo jurídico (¿obliga el resultado, por ejemplo, a terminar el proceso y a perseguir militarmente a las FARC?), nadie sabe muy bien cómo proceder, y no es claro lo que sucederá ni a corto, ni a mediano, ni a largo plazo. Se esperaba que el domingo pasado Colombia decidiera finalizar el último conflicto armado de la guerra fría, pero no lo hizo y ha entrado en un periodo de incertidumbre. “¿Y ahora qué?”, nos preguntamos los colombianos.


Por fortuna, la incertidumbre no se ha traducido en desesperanza sino en expectante interés por lo que ahora está sucediendo y por lo que pasará después. Hay varias y muy buenas noticias. La más importante es que, después del plebiscito, se llegó espontáneamente al consenso de que el Gobierno y las FARC no deben volver a las armas. Las FARC publicaron un comunicado en el que reiteran su disposición “de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”. El presidente Santos anunció que el cese al fuego que fue decretado el 29 de agosto se prolongará hasta el 31 de octubre. “¿De ahí para adelante continúa la guerra?”, preguntó en Twitter Rodrigo Londoño Echeverry, alias Timochenko, que no parece querer volver al monte pero pidió desconocer el resultado electoral e implementar los acuerdos de paz como si el “Sí” hubiera ganado. Reconforta el que nadie lo haya escuchado: se ha preferido considerar las ideas y propuestas de los sectores que promovieron el “No”, esos mismos que antes pedían finalizar las negociaciones y perseguir militarmente a las FARC, pero que ahora se reúnen con el presidente Santos y proponen “reconducir”, “negociar” o “cambiar” los acuerdos. Aún no es claro qué es exactamente lo que proponen los del “No”, empero, y está por verse qué tan serias y viables son sus propuestas, pero constituye una enorme ganancia el que por lo menos hayan legitimado el proceso de paz y, además, el que se empiecen a reunir con el Gobierno. Hace 6 años Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos no se hablaban y esta semana lo volvieron a hacer.


Lo más conmovedor, sin embargo, ha sido la reacción de la sociedad civil, especialmente la de los jóvenes estudiantes. Estos, en tiempo record y en varias ciudades, organizaron multitudinarias marchas que fueron acompañadas también en otros países. Muchos de estos estudiantes no votaron el domingo ni hicieron campaña por el “Sí”, pues consideraban que eso equivalía a respaldar las políticas de Santos, las que consideran malas y erróneas, pero, al darse cuenta de las consecuencias negativas del triunfo del “No”, se movilizaron. Ahora comprenden que la paz que está en riesgo no solo le conviene al presidente Santos, a los empresarios y a la clase política, sino que a todos y a cada uno de los colombianos. Todo indica que la vigilancia ciudadana se mantendrá y obligará a los políticos colombianos a sacar los acuerdos de paz adelante. Bien.


Y la noticia… (¿Cómo adjetivarla? Dubitativo, yo diría que es la más feliz). Y la noticia más feliz ha sido la concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente Santos, que como revancha electoral fue celebrada por muchos del “Sí” y harto maldecida por muchos del “No”. Santos quedó tan debilitado el domingo que muchos pensamos que había perdido irrecuperablemente su gobernabilidad y su capacidad de negociación. Sin embargo, el Nobel de la Paz le dará el capital político que necesita para seguir adelante. El Nobel legitima internacionalmente las negociaciones de La Habana. Por esta razón, no solo hará que resulte mucho más difícil romper el cese bilateral al fuego, como bien lo explicó La Silla Vacia, sino que dificultará y les restará viabilidad a las posibles propuestas inviables y radicales que expongan los del “No”, que no solo serán presionados por la sociedad civil colombiana sino que de la misma forma por diferentes actores y organizaciones internacionales.


Por supuesto, ni los consensos, ni el expectante interés ciudadano, ni el Nobel de la Paz solucionan la presente crisis política. Y, desafortunadamente, aún no son claras las soluciones. Unos quieren convocar una asamblea nacional constituyente, otros proponen comenzar un pacto o acuerdo nacional, otros quieren repetir el plebiscito, y otros piensan en alternativas como los cabildos abiertos. Los cabildos abiertos son interesantes pero no constituyen una solución de fondo; el pacto nacional es inviable; la asamblea nacional constituyente también, y repetir el plebiscito inaceptable y deshonesto. Hay una cosa fea que me preocupa mucho: a algunos la “plebitusa” se les subió a la cabeza y los está animando a comportarse como ingenuos demagogos. Verbigracia, no había que demandar a Juan Carlos Vélez por “confesar” las manipulaciones y los engaños cometidos por la campaña del “No”, así aparentemente Vélez haya violado una ley (Oh, leguleyada. Si fuera justo que por obtener votos mediante “maniobra engañosa” los políticos tuvieran que pagar cárcel, la clase política colombiana tendría que irse, toda, sin excepción, a La Modelo). A Vélez hay que pasarle una cuenta de cobro política, no jurídica.


Me inquieta especialmente la propuesta de hacer un pacto nacional. Al principio, yo estaba de acuerdo con ella. Ya que todos queremos la paz, ¿No estaría bien que, a partir de este punto en común, negociemos hasta dar con una solución conjunta que todos podamos respaldar? Sí, esa propuesta se oye bien, pero es imposible. Todos queremos la paz, pero no estamos de acuerdo en cómo habremos de alcanzarla, no interpretamos de la misma forma la violencia que ha sufrido Colombia, tenemos diferentes intereses, valores, proyectos de vida, opiniones e ideologías, y lo más importante, no queremos la paz por las mismas razones ni para hacer lo mismo con ella. No recuerdo ninguna convergencia política nacional que, en una democracia liberal, haya reunido a todos los movimientos y partidos del espectro político.


Hay que reconocer una fea verdad: el desenlace de la crisis política no satisfará a todos los colombianos. El domingo parecía que los perdedores serían los del “Sí”, el viernes que los del “No”. Amanecerá y veremos. Pase lo que pase, en Colombia habrá paz, pero unos quedarán insatisfechos con ella. ¿Quiénes serán? No se sabe. La presente crisis puede ser interpretada como una batalla (simbólica y pacífica, pero batalla al fin y al cabo) en el campo político entre diferentes grupos y actores políticos, económicos y sociales. El resultado de la batalla determinará quienes ganarán y quienes perderán. Por esta razón, resulta importantísimo hacer hincapié en qué esta batalla debe ser llevada de la forma más transparente posible, con honestidad y a partir del respeto por la constitución y la ley. Sí, es difícil. El actual limbo jurídico impide saber con certeza qué es válido y qué no, qué está bien y qué está mal. Es difícil, pero es lo que hay que hacer si se quiere que los perdedores acepten la segura derrota final.


“¿Y ahora qué?”. Qué doloroso y triste es no poder responder satisfactoriamente esa pregunta. Sin embargo, mientras lo averiguamos, es preciso que tengamos presente que, sea como sea que alcancemos la paz, debemos hacerlo legalmente, éticamente, honestamente, sin trampas y sin leguleyadas. Solo así esa paz podrá llegar a ser esa paz duradera y estable que queremos todos los colombianos.

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