LOS FUNDAMENTOS MORALES DE LA CRÍTICA CULTURAL
- Guillermo García Parra
- 31 jul 2015
- 2 Min. de lectura
- ¿Y a ti que te importa lo que los demás hagan con su vida? –respondió N., preguntando.
El recuerdo todavía me irrita, pero ella tenía la razón. Me respondió así, acaso, porque yo había dicho me emputa que la gente sea tan estúpida, tan apática. No valora la cultura, no se preocupa por lo político. Sí, sí, sí, en el sentido de que la vida ajena es cosa ajena, el crítico cultural no debería inquietarse por el carácter de la vida ajena. Así, no es legítimo criticar a los bogotanos de clases medias y altas (a esos me refería cuando usé la palabra gente) por su apatía respecto a la cultura y lo político. Pero, si lo pienso bien, esa vez no critiqué a la gente por altruista. Eso era lo que N. no entendía. No se cuestiona a la masa bruta y alienada por altruismo o solidaridad, pues las personas amorales, sin más objetivos ni intereses que pasárselo bien y ganar dinero, no merecen eso. El crítico critica porque está comprometido con tradiciones e instituciones políticas que valora por su aporte a la construcción de la civilización. Porque ve en la cultura –que no entiendo en un sentido eurocéntrico. Sistema simbólico de comunicación y asociación política, la cultura puede abarcar cosas tan diversas como las grandes obras del arte y la literatura occidental y las cosmovisiones y los sistemas religiosos indígenas, aquellas cosas que, dicho sea de paso, muchos de mis conciudadanos ven con incomprensión, desprecio y burla-. Porque ve en la cultura un territorio maravilloso, cuyo recorrido sirve para escapar a las contradicciones sociales, a las patologías sociales –que no son cultura. El hecho de que la cultura no comprenda solo los productos culturales occidentales de la alta cultura, no quiere decir que todo sea cultura-. Un territorio que comparte con una serie de personas con las que se identifica, y con las que sí puede establecer lazos de solidaridad. N. no entendía nada de esto. Esa tarde, en ese Juan Valdéz en que tomábamos un café, ella estaba más irritada que yo. Sabía que hablaba de ella y no le gustaba lo que acababa de escuchar. Eso explica su ira, que ese día me enseñó mucho sobre mi devoción por la crítica y los críticos de la cultura.
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